Juan M. Blanco
Si atendemos a los datos, y a la percepción de los observadores, la corrupción se encuentra generalizada en algunos países mientras que en otros es prácticamente inexistente. Y en los países muy corruptos, no sólo son los políticos y los servidores públicos quienes actúan con elevado grado de deshonestidad: la gente de la calle tampoco parece mostrar el grado de honradez que resultaría deseable.
Así, argumentan algunos, la corrupta clase política no sería más que el reflejo de la población de la que proviene, una sociedad permeada por la picaresca, alejada de la honradez por su propia cultura, sus costumbres o su carácter. Ninguna solución cabría… salvo cambiar la naturaleza de las gentes.
Por fortuna, se trata de una visión equivocada: la honradez o la deshonestidad no son características inmutables de una nación. No existen pueblos genéticamente pícaros ni otros intrínsecamente honrados. El grado de integridad, o de deshonestidad, no depende de raza, cultura, nacionalidad o religión: es producto de incentivos, percepciones e interacciones, y se encuentra determinado por el devenir histórico y por las propias instituciones de cada país.
El grado de integridad, o de deshonestidad, no depende de raza, cultura, nacionalidad o religión: es producto de incentivos, percepciones e interacciones.
En su libro, The Honest Truth About Dishonesty, Dan Ariely, explica algunos de los determinantes de la corruptela, el fraude, la trampa y la mentira, pero también del comportamiento honrado. Los hallazgos de sus estudios pueden explicar por qué en algunos países la picaresca y la falta de escrúpulos se encuentren muy extendidas mientras que en otros predomine un grado mayor de honradez aunque ¡las personas sean, en promedio, similares en todas partes!
Ariely lleva a cabo experimentos con cientos de voluntarios que ganarán un número de dólares dependiendo del número de ejercicios que resuelvan correctamente. Finalizado el tiempo, son ellos mismos quienes corrigen su ejercicio e informan del número de aciertos sin aparente control del experimentador. Eso sí, si hacen trampa, si no son sinceros, si declaran haber resuelto correctamente un número de ejercicios superior al verdadero, se embolsan más dinero del que en justicia les correspondería. Naturalmente, un porcentaje hace trampa, infla el número de aciertos y se lleva más dólares a casa.
Pero hay resultados curiosos e ilustrativos. El primero de ellos, y el más sorprendente, es que repetido el experimento en varios países (Estados Unidos, Israel, China, Italia, Canadá, Turquía o Inglaterra), el porcentaje y la intensidad de la trampa resulta ser en todos los casos similar. Los colectivos nacionales mostraban la misma propensión a la honradez y a la picaresca. Dicho de otro modo, aislados de su entorno social e institucional, sometidos a condiciones equivalentes en el contexto del experimento, los colectivos se comportaban, en promedio, de igual manera, con independencia de su nacionalidad. No existen, por tanto, colectivos, nacionalidades o culturas inclinadas de forma irreversible hacia el fraude o la corrupción sino equilibrios institucionales muy distintos.
Ariely descubrió que la probabilidad de que un individuo cometiera fraude aumentaba sensiblemente cuando percibía que los demás también lo hacían. Y, al contrario, cuando notaba que el resto se comportaba honradamente, tendía a corregir su conducta tramposa. Conclusión: tanto la honradez como la deshonestidad son altamente contagiosas, pueden extenderse a través de las expectativas de la gente.
Tanto la honradez como la deshonestidad son altamente contagiosas, pueden extenderse a través de las expectativas de la gente
Los resultados concluían de que en toda población existe un pequeño porcentaje de sujetos realmente tramposos y embusteros, proclives a retorcer siempre las normas, engañar, mentir o falsear en beneficio propio, con independencia del ambiente: son los pícaros natos. Buena parte de estos truhanes se distingue por proclamar en público su buena intención, sus objetivos idealistas, su carácter altruista y su compromiso con el bien de los demás. Pero no son más que cortinas de humo para aprovecharse de la buena voluntad de los bienintencionados.
Buena parte de los pícaros natos se distingue por proclamar en público su buena intención, sus objetivos idealistas, su carácter altruista y su compromiso con el bien de los demás
También existe otra pequeña porción de personas completamente honradas e incorruptibles, que actuarán siempre de forma recta, según sus principios, generalmente sin jactarse de ello ni pregonarlo.
Sin embargo, la gran mayoría de los individuos no son ni completamente honrados ni absolutamente deshonestos. Se encuentran sometidos a dos impulsos contrapuestos: desean verse a sí mismos como honrados pero, al mismo tiempo, se sienten tentados por el beneficio que proporciona actuar de forma pícara. Los sujetos comunes no son santos ni demonios; el predominio de una u otra fuerza depende de su entorno. Saben que pueden beneficiarse con la trampa y la picaresca pero, al mismo tiempo, no desean comprometer la imagen que tienen de sí mismos. Y este equilibrio implica un comportamiento más recto o más tramposo, dependiendo de circunstancias ambientales, de lo que creen observar en los demás, en las instituciones y en los ejemplos públicos.
Si un sujeto común piensa que los demás hacen trampa, se sentirá más justificado para infringir las normas, comportarse de manera tramposa o faltar a su palabra. Observar falta de honradez en otros tiende a ampliar los límites de lo que cada sujeto considera éticamente aceptable y a generar nueva picaresca. En un marco de integridad el individuo medio actuaría con más honradez pero en un ambiente dominado por la corrupción ve su picaresca menos reprobable: se resiste a ser un honrado ingenuo del que todo el mundo abuse. El proceso se refuerza a sí mismo pues cada sujeto va dando así mal ejemplo a otros. Y una vez que una persona viola sus propios códigos éticos, experimenta menos dificultad para repetirlo pues las restricciones morales se van relajando.
El predominio de la honradez o de la picaresca son dos equilibrios bastante robustos que se basan en las expectativas sobre el comportamiento de los demás
Lo contrario ocurre si el individuo medio percibe que los demás son, en su mayoría, honrados: tenderá a comportarse rectamente y el ejemplo va cundiendo. De este modo, aun siendo las poblaciones similares, el predominio de la honradez o de la picaresca son dos equilibrios bastante robustos a los que se ha llegado a través de un devenir histórico y que se basan en las expectativas sobre el comportamiento de los demás, que constantemente se refuerzan.
Naturalmente, las figuras políticas y mediáticas ejercen una influencia fundamental pues proporcionan a la gente información muy relevante sobre el comportamiento ajeno. Por ello, los procesos de selección de los gobernantes y de las figuras clave que sirven de ejemplo al resto deben ser adecuados, eficaces, muy cuidadosos pues si se generalizan las corruptelas entre las clases dirigentes, los individuos de a pie incorporarán fácilmente esta información a su lógica de comportamiento, alimentando el círculo vicioso.
Los procesos de selección de los gobernantes y de las figuras clave que sirven de ejemplo al resto deben ser adecuados, eficaces, muy cuidadosos
La picaresca, la corrupción y la deshonestidad no son características inmutables de un pueblo, un país o una cultura sino un equilibrio de expectativas, bastante robusto sí, pero no imposible de cambiar. No es necesario transformar a las personas, basta con cambiar su entorno, su percepción sobre el comportamiento de los demás, con especial incidencia en la clase dirigente. Un sistema político, social y económico sano tiende a generar un equilibrio aceptablemente honrado; otro perverso conduce a un equilibrio muy corrupto, a un círculo vicioso que se refuerza sin cesar.
Para escapar de un agujero negro de corrupción, trampa y picaresca hace falta un cambio drástico en las reglas del juego, en los mecanismos de ascenso y selección. Es necesario identificar a los pícaros natos que se encuentran encaramados a posiciones de poder y notoriedad, transformar radicalmente los ejemplos públicos, cambiar las expectativas e impulsar el círculo virtuoso. Sencillo, desde luego, no es; imposible tampoco.
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